El poeta aparenta conocer a fondo las diferentes profesiones, como por ejemplo la de general, de tejedor, de marinero y todas las cosas referentes a ellas. Se conduce como si supiera. Explicando los destinos y los actos humanos, parece como si hubiese estado presente cuando fue tejida la trama del mundo: en este sentido es un impostor. Consuma sus trampas delante de los ignorantes y este es el motivo por el que le salen bien: éstos le elogian su saber real y profundo, y le inducen por fin a creer que conoce verdaderamente las cosas tan bien como los especialistas, que las conocen y las ejecutan, y hasta tan bien como la gran Araña del mundo. El impostor acaba, pues, por ser de buena fe y por creer en su veracidad. Los hombres sensibles llegan hasta a confesarle en pleno rostro que posee la verdad y la veracidad superiores, pues sucede casi siempre que éstos se encuentran momentáneamente fatigados de la realidad y toman el sueño poético por un descanso bien hecho, una noche de reposo, saludable al cerebro y al corazón.
Lo que el poeta ve en sueños le parece después un valor superior, porque, como ya he dicho, experimenta en ello un sentimiento bienhechor, y siempre los hombres han creído que lo que parecía ser más precioso era también lo más verdadero y real. Los poetas que tienen conciencia de este poder, propio de ellos, se ocupan en calumniar intencionadamente lo que llamamos realidad y en darle el carácter de la incertidumbre, de la apariencia, de la inautenticidad, de lo que se extravía en el pecado, el dolor y la ilusión; utilizan todas las dudas en favor de los límites del conocimiento, todos los excesos del escepticismo, para ensombrecer las cosas con el velo de la incertidumbre, a fin de que, después de haber logrado este obscurecimiento, se interpreten sin vacilar sus juegos mágicos y sus evocaciones como la vía de la “verdad verdadera”, de la “realidad real”. Friedrich Nietzsche, Nietzsche contra Wagner Documentos de un psicólogo (1889)
Lo que el poeta ve en sueños le parece después un valor superior, porque, como ya he dicho, experimenta en ello un sentimiento bienhechor, y siempre los hombres han creído que lo que parecía ser más precioso era también lo más verdadero y real. Los poetas que tienen conciencia de este poder, propio de ellos, se ocupan en calumniar intencionadamente lo que llamamos realidad y en darle el carácter de la incertidumbre, de la apariencia, de la inautenticidad, de lo que se extravía en el pecado, el dolor y la ilusión; utilizan todas las dudas en favor de los límites del conocimiento, todos los excesos del escepticismo, para ensombrecer las cosas con el velo de la incertidumbre, a fin de que, después de haber logrado este obscurecimiento, se interpreten sin vacilar sus juegos mágicos y sus evocaciones como la vía de la “verdad verdadera”, de la “realidad real”. Friedrich Nietzsche, Nietzsche contra Wagner Documentos de un psicólogo (1889)
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